lunes, 20 de septiembre de 2010

LABORDETA, nos vemos!!!


Ayer domingo me despertó Cloe antes de que el reloj pudiera atreverse a marcar siquiera las 8. Como hago cada día, arranqué los fogones de mi nave para calentar el desayuno, icé persianas, solté el ancla de los bostezos y encendí el pequeño transistor que, desde la cocina, me hace las veces de radar y con el que rompo el silencio, al tiempo que el mundo se dibuja en la pantalla hermética de mis oídos.
En pleno trajín, la apertura del noticiario rompió la inercia de la mañana y me dejó sin otra respuesta que la de sentarme a la mesa y mirar mi café, como si en el reflejo de lo halógenos o en las espiras, eco de la presencia de una cucharilla en giro, pudiera encontrar una repuesta, una palabra, una mirada… Entró Sarah, deslumbrando la cocina con su esplendor de vida y, de pronto, mi hijo en su vientre me conmovió de otra manera, como resaltando que la vida y la muerte siempre se miran a la cara y que, tal vez, somos nosotros los de esquiva mirada. “Se ha muerto Labordeta,” le dije.

El día siguió su curso: Me fui a correr por el canal y los pinares de Venecia, donde los pinos emanaban el frescor de la lluvia pasada, luego bajamos a jugar al parque, haciéndonos parte de la algarabía dominguera de carreras y saltos, de bicicletas y patines, de perros y carros, por dondequiera que se mirase. De camino, habíamos asistido a la delirante bajada de barcas por el canal, con saltos desde los puentes y náufragos voluntarios, ante el asombro de los patos y el deliro de los pequeños. Se tomó el vermú con los amigos y sus críos y rematamos el domingo con Oskar, Enrique y Ana lidia, requebrando el paso entre el animoso tubo.
Durante todo el día me acompañó su memoria en el pensamiento, cambiado el sabor de cada momento, de cada luz, como si una gota de otoño se hubiera caído en mis lentes y las cosas, así, se hubieran tornado de otro color… Pensé en escribir algo, un poema, una palabra… y decidí dejarlo correr hasta mañana.

Mañana ya es hoy. Y he tomado mis determinaciones.
Hoy he me he levantado a las 6 y 20 minutos y he decidido vivir mi día de trabajo como si fuera un día de vacaciones.
A las 6:45 ya estaba preparado para ir a la piscina, a luchar contra mi hernia y pico, cuando se ha despertado Cloe: como estoy de vacaciones, he cambiado de plan y me he dedicado a ella y la he atendido y la he llevado al colegio. He llegado tarde al trabajo. Me ha sonado el teléfono y, desde Madrid, un compañero y amigo que es andaluz, me ha preguntado que, “en Aragón, quién era Laborderta”. La respuesta no me ha parecido sencilla y, echando mano del recurso de comparar, para que se hiciera una idea, le he dicho “… no sé…, es a Aragón como a Madrid fue Tierno Galván…” Lo mismo no he acertado. Hemos colgado el teléfono y hemos seguido a nuestros quehaceres.
Después de comer, de vuelta a la oficina, he aparcado el coche en la Aljafería y he entrado, sumándome al cauce ciudadano de rostros anónimos, portando todos ellos semblantes tristes y serios, ese rostro especial que uno se pone y con el que ya está todo dicho.
He circulado con paso algo ligero, para no entorpecer el curso del arrollo que la emoción de tanta gente iba formando, cruzando mi mirada con los ojos que ya salían, muchos llorando, de hombres o de mujeres, de niñas o de ancianos.
He llegado ante el féretro y me he quedado algo detrás para no taponar el llanto que se le ha salido al hombre que me precedía. Como siempre, he aguantado yo el mío. La emoción eléctrica me ha recorrido el cuerpo y el cuero cabelludo al girarme, al tiempo que mis labios marcaban el esbozo de una palabra silente y saludaban mis ojos su adiós y su respeto…

Ayer se apagó la luz en esta mirada. Y me he acordado del poema que escribí cuando se marchó Mariano y quién, desde el pirineo en el que descansa, lo mismo ya ve acercarse, a lo lejos, la figura de un caminante tocado con una gorra… Decía así:

MARIANO EN EL BALCÓN DE PINETA

Yo soy todas las cosas del mundo
y cuando algo cambia en él,
cambio yo.
Lo que veo es mi mundo
y, en tal medida, es reflejo exacto
de lo que yo soy.
Estoy hecho de todas las cosas del mundo
y tú también estas hecho o hecha de mí.
Cuando tú te vas,
ser tú, siquiera un poco,
es mi única respuesta posible.

Tal vez estuviera en lo cierto, tal vez sea así, y si todos nosotros nos ocupamos de ser “siquiera un poco” poetas, cantantes, políticos, ciudadanos, amigos, padres, abuelos, risa y voz y tantas cosas más que ayer se detuvieron… Tal vez entonces, estaríamos en disposición de levantar, o de no bajar la mirada, para que ponga y siga poniendo en esa tierra soñada “libertad”.

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